¿Dónde empezó la transformación cultural? Un rescate de las autoras que ayudaron a pensar de nuevo lo que parecía “natural”.
Simone de Beauvoir, Angela Davis, Judith Butler y Mary Wollstonecraft.
Imaginemos que muriera una persona a causa del coronavirus cada 23 horas. Seguramente, el país entero entraría en estado de pánico y se activarían protocolos de emergencia destinados a reducir el número de víctimas. Nadie discutiría la necesidad de estas medidas. Pues bien, en Latinoamerica muere una persona cada 23 horas a causa de la violencia de género (63 en lo que va de este año): son mujeres asesinadas a golpes, quemadas, descuartizadas, en un alto porcentaje a manos de sus propias parejas. Las reacciones masivas frente a esta dolorosa realidad hablan de una transformación cultural profunda. Un cambio de paradigma que empieza a encarnar con fuerza en este rincón del mundo, y que tiene antecedentes.
Florencia Abbate. La autora presenta "La Biblioteca Feminista" (Planeta)
Cuando el 3 de junio de 2015, miles de mujeres salieron a las calles a gritar “Ni una menos” en respuesta a la ola de femicidios, no necesitaron renunciar a sus diferencias: entendieron que la unión hace la fuerza. Este presente se nutre de otras voces, de las autoras y militantes históricas. Trazar ese recorrido fue el objetivo que orientó el armado de Biblioteca feminista (Planeta), un ensayo de Florencia Abbate que da cuenta de algunos de los aportes más relevantes a la hora de historizar el debate. Ideas que de algún modo siguen vigentes “porque existe una cualidad irreductible en sus demandas”, según señala la autora.
Marcha ni una menos en la capital argentina. Contra los femicidios y
las violencias de género / Juan Manuel Foglia
En la cronología de la lucha merece un capítulo aparte
un episodio fundante de la Revolución Francesa de 1789:
el 5 y 6 de octubre de ese año, empuñando sartenes y
cuchillos y con dos cañones que se habían robado,
miles de mujeres impulsaron la Marcha hacia Versalles,
que terminaría provocando la irreversible crisis política
que finalmente derrocaría al rey y con el tiempo terminaría
dando paso a la república.
En simultáneo a esos gestos colectivos, algunas de ellas
se atrevían a desafiar las normas que imponía la sociedad
de su tiempo, como Olympe de Gouges, autora teatral y tenaz militante contra la esclavitud, que tras la muerte de su esposo
se negó a que la llamaran "viuda Aubry" y se inventó un nuevo nombre. Finalmente, fue ejecutada en la guillotina en 1793,
con 45 años. Un diario de época dijo: “Quiso convertirse
en una figura pública y la ley la castigó como corresponde
a una conspiradora que olvidó las virtudes de su género”.
Otra amazona fue Theroige de Mericourt que, empuñando
un sable, participó de la destitución de Luis XVI.
Olympe de Gouges, tenaz militante contra la esclavitud,
fue ejecutada en la guillotina
en 1793, con 45 años.
Un diario de época dijo: “Quiso
convertirse en una
figura pública y la ley la
castigó como corresponde
a una conspiradora que olvidó
las virtudes de su género”.
En el origen del discurso feminista también se ubica la
madre de Mary Shelley, Mary Woolstonecraft, autora de
Vindicación de los derechos de la mujer (1792).
Su libro aportaba claves contundentes sobre cómo
ciertas construcciones culturales solo han servido
para que un grupo domine a otro: el patriarcado
-entendemos hoy- es un sistema de dominación.
-¿Un sistema que echa mano a la biología, al adjudicar
supuestas cualidades innatas a los géneros para justificar
la violencia?
-Esa ha sido una constante -dice Abbate-. Por ejemplo
Rousseau, padre de la Revolución Francesa, cae en el
error de plantear que al ser varones y mujeres
biológicamente diferentes a ellas, consideradas
más frívolas y sumisas, les toca servir, agradar,
atender a sus maridos, “cuidarnos cuando seamos viejos”,
dice. Mary le responde que en todo caso si son así es
por la manera en que se las educa. Kate Millet
-la pensadora estadounidense- también cuestiona
también la idea de que el hombre es más agresivo
por una cuestión innata: a él le enseñan a conectarse
con la agresión y a nosotras a introyectarla,
un debate que se reactivó a partir del crimen de
Fernando Báez. Sigue siendo muy fuerte también
la noción de la mujer como un objeto que “se posee”.
Otro caso que recoge el libro es el de Flora Tristán,
autora de Peregrinaciones de una paria (1838) y la
Unión Obrera, que definió el matrimonio como un
contrato que supone la subordinación consentida
de la mujer. Y el de la argentina Juana Manso,
que hacía un llamado a que las mujeres rompieran
con el silencio acerca de los abusos que pesaban sobre ellas.
“La sociedad es el hombre: él ha reservado toda la
supremacía para sí”, escribió esta última.
La opresión pesaba sobre las mujeres de la Rusia zarista,
que protagonizaron un capítulo relevante en la historia
del siglo XX: todo comenzó con las obreras de cinco
fábricas textiles de San Petesburgo, tal como cuenta
Olga Viglieca en Las mujeres que voltearon al zar:
el 8 de marzo de 1917, las trabajadoras del distrito de
Viborg se declararon en huelga, y después celebraron
asambleas, tomaron las calles. Como ante las mujeres
de Versalles, el poder no pudo reprimir: así, las rusas
inauguraban el camino que condujo a la Revolución
y a la Constitución de 1918, que otorgó sufragio
universal para varones y mujeres.
“Para los moralistas de baja monta, el problema
no está tanto en que la mujer venda su cuerpo
sino en que lo haga por fuera del matrimonio”
Emma Goldman TEÓRICA
En lo que tiene que ver con el plano sexual, Goldman
fue una de las primeras autoras en denunciar la hipocresía
“que supone pensar que lo que en los hombres es visto
como un derecho para el desarrollo de su identidad,
en las mujeres sea considerado una falta moral (!).
Para los moralistas de baja monta, el problema no
está tanto en que la mujer venda su cuerpo sino en que
lo haga por fuera del matrimonio”, recalcaba la escritora,
para quien la emancipación comenzaba en la propia mujer,
no en los permisos externos que pudiera concederle
el sexo opuesto.
Y con el siglo XX llegan libros cruciales para el corpus
teórico del feminismo, entre ellos El segundo sexo (1949)
de Simone de Beauvoir, que clarifica las
representaciones
que ambos sexos reproducen en función de los
estereotipos de género.
-De Beauvoir considera que las mujeres han obtenido
beneficios indirectos de una posición como esposas
o madres y por eso se han adaptado a los roles que se
les requerían. En ese sentido son víctimas y a la vez
cómplices –explica Abbate-. Hubo momentos en que
las mujeres tomaron fuerza en sus reclamos,
pero han sido movimientos más espasmódicos
que una conquista ascendente.
“No se nace mujer, se llega a serlo”, apuntaba ella.
Nunca se trata de la biología, sino de los encasillamientos
a los que nos condenó la política y la cultura:
indagar en el relato de esa supuesta inferioridad
de la mujer y su construcción es lo que obsesionaba
a la autora francesa y compañera del existencialista
Jean Paul Sartre. Claro que a la Iglesia no la
conmovieron estos planteos libertarios, por lo que
El segundo sexo integró su lista de libros prohibidos
por el Vaticano, en 1956.
-¿Somos conscientes del nivel de violencia al que
hemos estado sometidas?
-Empezamos a entender que siempre una doble vara
para criar y para juzgar a un género y al otro. Ellos
también empiezan a entender que se ven afectados
y son víctimas indirectas de su propia violencia.
Y se amplían también las nuevas masculinidades,
otro hecho que rompe con los estereotipos:
los jóvenes hoy tienen muchas más imágenes
posibles de lo que implica ser un varón. Hasta no
hace demasiados años, Alain Delon aparecía en la
prensa diciendo “¿quién no le ha pegado alguna vez
a su mujer?” y nadie parecía escandalizarse. Todo eso,
hoy es historia.
-¿El “macho”, a esta altura, tiene mala prensa?
-Muy mala. Muchos hombres, los que no se violentan,
empiezan avergonzarse de ese modelo que ha perdido
su reputación y los invita a repensarse.